Hay situaciones y momentos que no siempre se dejan poner por escrito, pero quisiera intentarlo, quiero contarte...
¿Por dónde iniciar? Tal vez así:
Un cuento con imágenes que por fin se deja abrir, el reflejo que descubres en esas palabras, un mail en letras rosas, aquel mensaje que te respondí línea por línea.
La certeza de los procesos de cambio, del descubrimiento de uno mismo, de la evolución, de la búsqueda de la felicidad...
Una amistad que adquiere profundidad, los diálogos ininterrumpidos, la sensación de que vivir a medio continente de distancia no es obstáculo para la compañía...
El lunes, esa fuerte sensación de que TENIA QUE checar mi correo. Aquel pensarte toda la tarde mientras no había conexión. El presentimiento. Descubrir después que, justo en ese rato en que más sentía la urgencia de entrar a mi cuenta, tú me escribías.
Tu mail... no era un mail, no era una parte de tu historia; eras tú misma, real y palpable a través de las palabras. Era tu alma que se asomaba entre las letras. ¿Es acaso posible responder adecuadamente a algo así? Un poco más de tres horas invertidas en intentarlo, sin la certeza de estar lográndolo.
Dos días sin saber de ti. Un constante preguntarme por qué no me había ocupado de saber dónde localizarte, además de en tu correo. Desear llamarte, aunque sólo fuera para decir "estoy cerca y cuentas conmigo". La certeza de que, aunque lo que me platicabas no es reciente, algunas situaciones dejan huellas que lastiman.
Y por fin, el jueves en la tarde, tu respuesta. La inmediata sonrisa en mis labios. Descubrir en tus palabras que escribirte había sido la opción correcta. Nuestra breve conversación mientras esperaba que llegaran por mí...
Tu archivo sobre el silencio y la sacudida a mi alma.
La frase que me tocó profundamente: "En silencio con un amigo se descubren maravillosas conversaciones que la palabra sería incapaz de verbalizar".
El recuerdo de aquella amistad que inició sin palabras, de ese viejo poema, de la profundidad que puede contener un mail en blanco...
Revivir la sensación de que sólo un mensaje así sería capaz de responder adecuadamente a tu correo del lunes. Emplear, contrariamente a lo esperado, las palabras para hacértelo saber.
Y por supuesto, la eterna búsqueda de la coherencia. Aceptar los silencios como parte fundamental de mí misma. Reconocer cuánto quisiera compartirlos contigo, que pudieras acceder a través de ellos a aspectos de mí que aún no conoces. Silencios que nos lleven a la comprensión, la compañía, el descubrimiento... El silencio como herramienta, como posibilidad, como finalidad en sí mismo.
Y sin enredarme más en las palabras, me detengo aquí, viviendo lo que me enseñas con tu mensaje: "el silencio es el mayor grado de comunicación que podemos conseguir con un ser humano".
Un cuento con imágenes que por fin se deja abrir, el reflejo que descubres en esas palabras, un mail en letras rosas, aquel mensaje que te respondí línea por línea.
La certeza de los procesos de cambio, del descubrimiento de uno mismo, de la evolución, de la búsqueda de la felicidad...
Una amistad que adquiere profundidad, los diálogos ininterrumpidos, la sensación de que vivir a medio continente de distancia no es obstáculo para la compañía...
El lunes, esa fuerte sensación de que TENIA QUE checar mi correo. Aquel pensarte toda la tarde mientras no había conexión. El presentimiento. Descubrir después que, justo en ese rato en que más sentía la urgencia de entrar a mi cuenta, tú me escribías.
Tu mail... no era un mail, no era una parte de tu historia; eras tú misma, real y palpable a través de las palabras. Era tu alma que se asomaba entre las letras. ¿Es acaso posible responder adecuadamente a algo así? Un poco más de tres horas invertidas en intentarlo, sin la certeza de estar lográndolo.
Dos días sin saber de ti. Un constante preguntarme por qué no me había ocupado de saber dónde localizarte, además de en tu correo. Desear llamarte, aunque sólo fuera para decir "estoy cerca y cuentas conmigo". La certeza de que, aunque lo que me platicabas no es reciente, algunas situaciones dejan huellas que lastiman.
Y por fin, el jueves en la tarde, tu respuesta. La inmediata sonrisa en mis labios. Descubrir en tus palabras que escribirte había sido la opción correcta. Nuestra breve conversación mientras esperaba que llegaran por mí...
Tu archivo sobre el silencio y la sacudida a mi alma.
La frase que me tocó profundamente: "En silencio con un amigo se descubren maravillosas conversaciones que la palabra sería incapaz de verbalizar".
El recuerdo de aquella amistad que inició sin palabras, de ese viejo poema, de la profundidad que puede contener un mail en blanco...
Revivir la sensación de que sólo un mensaje así sería capaz de responder adecuadamente a tu correo del lunes. Emplear, contrariamente a lo esperado, las palabras para hacértelo saber.
Y por supuesto, la eterna búsqueda de la coherencia. Aceptar los silencios como parte fundamental de mí misma. Reconocer cuánto quisiera compartirlos contigo, que pudieras acceder a través de ellos a aspectos de mí que aún no conoces. Silencios que nos lleven a la comprensión, la compañía, el descubrimiento... El silencio como herramienta, como posibilidad, como finalidad en sí mismo.
Y sin enredarme más en las palabras, me detengo aquí, viviendo lo que me enseñas con tu mensaje: "el silencio es el mayor grado de comunicación que podemos conseguir con un ser humano".
Léeme así, más allá de las palabras, y entenderás de qué hablo.
Gracias por todo.
Me quedo contigo, en silencio.
Pat