domingo, marzo 01, 2009

La playa



Ayer, saliendo de clases, fuimos a caminar a la playa. Era necesario.
No fue premeditado, las cosas, simplemente se dieron, y yo últimamente cada vez me resisto menos a los planes que el destino tiene para mí. Lo que debe pasar, pasará.
Ese caminar por la playa fue diferente a otras veces. La playa suele ser mi refugio, mi lugar para reequilibrarme, para encontrarme conmigo misma a través del silencio, la arena y el mar. Suelo ir sola, es parte del encanto.
Al salir de la escuela Ana no se sentía bien, necesitaba hablar. Para mí tampoco había sido una semana sencilla. Me ofrecí a llevarla a su casa. A mitad de camino nos desviamos hacia la playa.
Nos sacamos los zapatos, arremangamos el pantalón y caminamos por la orilla mojándonos los pies. Y hablamos.
En realidad no fue mucho el tiempo que estuvimos ahí, pero fue el tiempo justo para permitir que el equilibrio y la tranquilidad volvieran a nuestras almas.
Para mí también fue un signo de cambio, de romper los viejos hábitos y descubrir que las diferencias pueden ser provechosas. Darme cuenta de que no pasa nada si se comparten las tristezas. Sobre todo, dar sentido a la frase que me dijo Gaby hace poco: a veces no se trata de la compañía que puedas dar, si no de la que puedas recibir.

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