sábado, febrero 16, 2008

Guadalajara, Guadalajara...

Qué fácil es acostumbrarse a estar lejos, dejar morir las costumbres. Claro, soy yo la que me marcho, como siempre, a donde pertenezco. Y se quedan en su vida diaria aquellos a quienes quiero.
Hace 4 años que no voy a Guadalajara a ver a mi familia, y el doble de tiempo que no paso las fiestas Navideñas con ellos. Era tan sencillo en los viejos tiempos, cuando aún estaba en la universidad (la primera universidad) y contaba con la bendición de las largas vacaciones tanto en verano como en invierno.
Aquí estoy acostumbrada a estar sola, sin primos de mi edad con quien convivir, con quienes salir o pasarse la noche jugando baraja, bueno, rummy, que se ha convertido en el juego familiar. Pero en Guadalajara soy una más entre muchos, en la parte baja de la escalera de los grandes, mi hermano es de la generación de los primos pequeños.
Hoy que platicaba de ello con Eréndira me di cuenta de lo mucho que a veces me hacen falta. De cómo extraño esas salidas al billar (soy pésima), al boliche, al cine en días festivos... Extraño "ver" televisión con mis primas, que son incapaces de mantener un canal por más de 10 minutos, de platicar con mi tía mientras ella, como toda la vida, está pegada al lavadero, de ir caminando hasta 3 veces al día a San Juan Bosco (el mercado que queda como a 7 cuadras de la casa), de las noches de Rummy, de las carnes asadas en el patio de casa de los abuelos, ir a comer flautas a "El Tigre Hambriento", los paseos al lago de Chapala, la visita a la Vírgen de Zapopan, las tardes recorriendo el centro ....
Aún recuerdo el verano que pasé allá, 5 semanas maravillosas. Mi hermanito, por teléfono, presumiendo que en casa tenían puesto el aire acondicionado y yo replicando que dormía con cobija en pleno julio. Pero qué sencillo era todo cuando se tienen 16 años. Esa vez no fueron los grandes paseos, ni las fiestas cada fin de semana, fue sencillamente la convivencia familiar, el día a día que por vivir en otra ciudad no había podido disfrutar junto a mi familia.
Cuando era niña iba mucho a Guadalajara, casi cada año. Andan por ahí las fotos de las visitas a los parques de atracciones, al zoológico... los Sustaita, El Pollo, Liliana y yo, siempre; muchos años después también con mi hermano, y claro, más primos. Recuerdo las fotos en cuanto lugar a mi madre se lo ocurriera sacar la cámara y el indudable "¿me río, tío?" que le decía a Don Chava, y con el que aún me hacen burla los Rivera.
Extraño las Navidades con posadas, el rezo, los abrazos, el intercambio entre todos, la reunión hasta casi amanecer, las gelatinas de leche que El Pollo y yo tardábamos hooooooras en pintar pero que se terminaban en un ratito.
Alguna vez se planteó la posibilidad de mudarnos para allá, que a fin de cuentas quedó en mera propuesta. Sin embago estoy convencida de que todo ocurre por algo. Y sé que, cuando menos, cada vez que voy veo a todos con gusto, convivimos agradablemente, me entero de los miles de problemas que hay entre todos pero puedo mantenerme al margen. Soy feliz con ellos, me siento parte de ellos, y los mantendo en la mente con la mejor imagen que se puede tener.
Y al volver a mi realidad, a la cercanía del Golfo de México, al no tener familia cerca vuelvo a mis amigos, a los lazos cercanos que he construido a lo largo del tiempo, a otras gentes que me aceptan y me quieren. A personas maravillosas. Y eso, también es una bendición.

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