sábado, febrero 09, 2008

Reflexiones

Acaba de llamar MariCarmen, y la verdad es que he disfrutado la conversación a más no poder. Cuando los amigos viven lejos, el teléfono es la mejor herramienta para estar cerca, porque a través de la voz, de lo que se dice y cómo se dice, es posible descubrir a las personas.

Entre todo lo que es posible decir en una conversación (amigos, amores, expectativas, la asamblea del Día de la bandera, el arte, la poesía, los estilos de vida, Dios....) salieron dos cuestiones que me hacen pensar.

MariCarmen me dijo: "Qué bueno es lo normal". Y aunque no me lo había planteado así, concuerdo totalmente. Qué bendición es el día a día, así como esperamos, las rutinas que dan seguridad, la gente que queremos junto a nosotros, la confianza de que con estirar la mano encontraremos lo que buscamos. Me encanta no ser famosa, poder salir a la calle y perderme entre la multitud sin que nadie se preocupe por el sitio al que voy o por lo que debo hacer; que maravilla sentarse en la banca de un parque y ver jugar a los niños, caminar por la orilla del mar dejando que las olas mojen mis pies, tomar un café con mis amigas mientras hablamos toda la tarde de cuanta cosa sea posible compartir... Eso es un verdadero regalo, lo cotidiano, lo que nos hace ser.

Recuerdo que una vez le dije a Avelina, quien vive en otro país desde hace mucho tiempo, "lo que más extraño son esas pequeñas cosas que ya no puedo hacer contigo y que daban continuidad a nuestra historia, lo del día a día".

Sin querer sonar a los múltiples mensajitos que circulan a gran escala por internet, me cuestiono cuánto dejamos pasar en un día normal, por anhelar lo excepcional. Alguien a quien conozco siempre decía que se sentía muy agradecido por su cama, porque tenía un lugar cómodo para dormir. ¿Cuántas veces me habré sentido agradecida por mi cama, o por una silla, por la mesa del comedor, por el agua caliente saliendo de la regadera...? Y sin embargo, son los milagros diarios de la cotidianeidad.

Volviendo a la conversación, comentábamos de los estilos de vida, de aquello que se está dispuesto a dar, a entregar. Y en un momento dado, ella hablaba de la vocación, de aquello que alguna vez hizo, pero que ahora ya no está segura de querer brindar. Le cuestioné entonces si la vocación se acaba. No encontramos respuesta satisfactoria.

Eso de la vocación se me hace un tema complicado. Supongo que hay más aspectos involucrados que el mero hecho de amar tanto algo que se esté dispuesto a darlo todo. Lo que sí creo es que los intereses y las pasiones cambian con el tiempo. ¿Implica eso un cambio de vocación o debo entonces entender que realmente no era vocación?

Vocación o no, he aprendido que no es bueno ir contra nosotros mismos. Me gusta pensar en ciclos, etapas. Tal vez no sea la respuesta. No se es siempre la misma persona, y conforme nos enriquecemos y aprendemos vamos valorando las cosas de diversas maneras, vamos mesurando (o ampliando, por qué no) nuestros apasionamientos, descartado opciones que ya no llenan nuestras expectativas, lo que era respuesta y certeza pierde su valor, aparecen caminos nuevos... ¿Debemos permanecer estáticos cuando el mundo gira y nos lleva a la renovación? No lo creo.

Y entonces, ¿la vocación? Supongo que hemos nacido para algo, ese gusto irá buscando la manera de hacerse presente, tal vez de diversa manera que en épocas anteriores. ¿Acaso tomará vacaciones una vocación? ¿Muere con el tiempo? Estoy abierta a las respuestas.

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